18 Febrero del 2008
Por primera vez probé
unos tacos mexicanos hechos en casa gracias al equipaje repleto de víveres que
trajo Mike (que por cierto estuvo extraviado por 4 días), logré hacer unos
tacos de pollo con salsa hecha en casa; encontré unos chiles en un mercado
cerca de la estación de metro, que son utilizados en la cocina hindú, algo
parecidos al chile piquín. El cilantro
lo encontré en un supermercado a unas cinco cuadras de mi depa; no podían
faltar las tortillas de maíz que yo misma hice de un paquete de Maseca y una
torteadora que también llegó en el equipaje de una colega.
¡Es que déjenme les cuento, que la vida no es igual sin Chile, Tortillas y cilantro! Como que la vida no tiene el mismo sabor, no se siente la plétora de sabores combinados en el paladar, ni puedes emitir el sollozo de aire que aspiras para aliviar el picante.
Hace poco fui a un restaurante mexicano, según el más auténtico y recomendado por colegas rusos, gringos y algunos irlandeses. El restaurante se llama Pancho Villa y el dueño es cubano. Al entrar tuve que entregar mi abrigo, guantes y bufanda (como es costumbre en todo restaurante Moskobita durante el invierno) y procedí a bajar al restaurante escuchando ya una breve introducción a la música de ambiente “tan mexicana”, algo así como los Eagles y Michael Jackson (espero comprendan el sarcasmo de todo esto). Como casi todos los restaurantes de Moscú, este restaurante es subterráneo, pues en la era de la unión soviética, se construyeron lugares habitables subterráneos por aquello de los ataques aéreos con misiles. Me han contado que el metro fue construido con el mismo propósito y por lo que es uno de los más eficientes y lujosos de todas las grandes ciudades del mundo; tiene la capacidad de albergar a más de 9 millones de habitantes en caso de un ataque. Regresando al tema, la entrada del restaurante parece una cantina mexicana y las mesas son rústicas. En las paredes, hay retratos de la época de la revolución mexicana y retratos de Pancho Villa. Por cierto, hay un buen artículo en el Moscow Times que habla de la falta de restaurantes auténticos mexicanos en Moscú:
http://guides.themoscowtimes.com/articles/detail.php?ID=11201
Decidí ordenar
enchiladas rojas y unos frijoles refritos.
Al ordenar el platillo pronuncié las palabras en español. “Enchiladas rojas por favor”’, pero la mesera
rusa muy amablemente me corrigió con su acento eslávico "¡Inchiladdas
Roghass!". Ah perdón, así por las
buenas ni como contradecir. Mi entusiasmo por saborear algo mexicano elevó
todas mis expectativas gracias a las recomendaciones de mis colegas y por lo
tanto cuando llegó mi platillo no me decepcioné al ver dos enchiladas con arroz
rojo. Se veían suculentas, tenían una
finta de verdadera autenticidad. El único detalle es que la salsa encima de las
enchiladas era salsa de tomate parecida a la salsa de espagueti, el arroz no
tenía condimentos, y por último, los frijoles eran más bien habas blancas
molidas en crema rusa. ¿Y el chile?
¿Dónde quedó?
No tuve más que
resignarme y saborear las enchiladas al estilo “Rusky”. Al final de cuentas, tuve
que cambiar mi punto de vista y tomar las cosas por el "lado
amable". La verdad no se le puede
calificar como comida mexicana, sino más bien como comida “Mexicana a la Rusky”. Después de pasar tantos días en Moscú, ya
viendo las cosas por el lado amable, pues la verdad como que no estuvo tan mal
el asunto. Digo, ya probando y probando,
como que vas adquiriendo el gusto por los sustitutos rusos en la comida. ¡Hombre, hasta saboreas las cremas rusas que
le ponen a sus tacos! Aunque sí que le echo de menos al picante.
Lo curioso de toda
esta anécdota es que cuando te encuentras lejos de tu terruño, no
necesariamente extrañas la comida de dónde has residido los últimos años, sino
que extrañas más la comida con la que creciste, por lo tanto, extrañaba más los
tacos, los caldos, las enchiladas potosinas, el atole, los nopalitos, las
calabacitas, los huevos ahogados en salsa, los huevos con chorizo, las flores
de palma, el queso fresco y la cajeta sobre un pan tostado a unas “cheese
burgers” o un "steak". Por
cierto, no caerían nada mal unas conchas con chocolate abuelita con este frío
moscovita.
Durante mi estancia en
Moscú, me fascinaba aprender cosas nuevas sobre esta cultura, pero a la vez,
extrañaba esa cercanía con mi cultura.
Entre la nostalgia y el sentir una necesidad de "pertenecer" a
esa parte de mi identidad, inició una búsqueda por lo familiar del lugar dónde
crecí y en ocasiones, buscaba algo relacionado con México para sentir esa
conexión a mi identidad cultural. En una
ocasión visité la embajada de México y me recibieron con los brazos abiertos.
Conocí a la ministro de la Embajada y pude conversar un rato con varios
mexicanos que me recomendaron algunos lugares de exposiciones culturales y de
arte mexicano en la ciudad.
En esa búsqueda por la
identidad mexicana, encontré varios lugares con referencia a México, la mayoría
representando a Pancho Villa y a Emiliano Zapata, al igual que pasajes de la
revolución. Es interesante saber cómo
los Rusos idealizan la cultura de México con estos personajes. Por cierto, el
Che Guevara es muy famoso en Rusia, por doquier hay emblemas de este personaje
y cada vez que los Moscovitas se enteraban de que hablaba español, me
preguntaban sobre el Che Guevara. Con
gusto platicaba, era una gran oportunidad para conocer a los locales, sin
embargo, aclaraba que yo era de origen mexicano.
El estereotipo que el
ruso tiene de México está relacionado mucho con imágenes de Frida Kahlo, Diego
Rivera y los escritores comunistas de su era.
Lo que más me sorprendió fue que me preguntaran por las telenovelas mexicanas,
sobre todo la de “Los ricos también lloran”.
En mi búsqueda culinaria de identidad, por fin cierto día encontré un
lugar que vendía tostadas mexicanas, un ingrediente perfecto para improvisar
unas tostadas con frijoles a la “Rusky” (habas blancas molidas). Parecía que
con el tiempo, mientras más me penetraba en la cultura rusa y entre más
encontraba cosas en común con la cultura mexicana, había encontrado una manera
de fusionar dos culturas cocinando en lo que ahora llamaba “hogar”. En una tienda hindú encontré chiles jalapeños
y en la tienda Ramstore encontré dulce de guayaba de la costeña, lo compré para
idear algún postre, pero más para tener un adorno aunque fuera enlatado, pues
me recordaba a México. Cuando iba al
trabajo en el centro de control de misiones espaciales de la Agencia Espacial
Rusa, a falta de salsa, cargaba un frasco de salsa tabasco o salsa valentina,
sobre todo, por los antojos del embarazo.
Con el tiempo, prefería mil veces las sopas rusas en la cafetería de la
agencia espacial, me recordaba a los caldos mexicanos.
Con el paso del tiempo
inicié este blog y mandé esta experiencia por correo electrónico a familiares y
amigos en Estados Unidos y México. Para mi sorpresa, en los próximos días,
llegaron las respuestas (que chistosos, eh, que graciositos) con algunas fotos
adjuntas de familiares y amigos saboreando platillos mexicanos. Me alegraba ver su solidaridad cultural, pero
a la vez; me parecía una crueldad. Es como ofrecerle agua en fotos a un
sediento en el desierto. ¡Pero hay un Dios! ¡Ja! Espero que no pasen por estas
penumbras en un futuro. "¡Ay, ay,
ay" como se extraña el chile, el maíz y los nopalitos!
Al final de mi larga
estancia, con tantas experiencias y ya acostumbrada a esta fusión de tres
culturas, pensándolo bien, en el proceso de adaptación cultural, no estuvieron
nada mal los "tacos a la Rusky".