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7/23/12

SHOCK CULTURAL MEXICANO



¿Alguna vez has sufrido de un shock cultural que has vivido antes, pero que en realidad antes no lo veías como tal porque lo vivías a menudo en tu medio ambiente y se te hacía como algo normal?  A eso yo le llamo shock cultural postraumático, porque es algo que vives y cuando lo dejas de vivir se te olvida porque en realidad lo bloqueas, pero luego cuando lo vuelves a vivir te da un tremendo “shock” como si fuera la primera vez que estuvieras viviendo algo parecido.  En fin, sigan leyendo y ya van a entender de lo que estoy hablando…

Este verano, decidí pasarlo en mi país de origen, México.  Hacia tiempo que no probaba, ni sentía, ni olía su verdaderos sabores.  Hacia tiempo que no escuchaba sus sonidos, que no admiraba sus colores, sus fachadas, su riqueza y sus paisajes culturales.  Hacia tiempo que no respiraba su aire limpio y fresco….hacia tiempo que no me sentía en casa.  Escribo desde la cuna de México, el centro de este bello país, y me siento plena, ausente de todo estrés, aliviada, me siento algo así como en un transe, como en un tipo de  siesta prolongada. Bueno, me siento así después de pasar por el "shock cultural".

Es que no me había dado cuenta de lo tanto que extrañaba México, al país que me vio crecer, que me dio su riqueza cultural, y que formo mi manera de pensar y de ser.  No me di cuenta de cómo lo extrañaba hasta que toque tierra mexicana y la empecé a saborear con mis seis sentidos con todo y sus sabores no tan placenteros. 

Si, al principio de mi llegada fue frustrante, sufrí el “shock cultural” que cualquier extranjero sufre cuando pisa suelo mexicano y tiene que lidiar con la desorganización, la mala atención al cliente, el favoritismo, y el trato déspota de cualquiera que tiene un puesto de mínimo servicio.  Pero una vez pasado el shock cultural, tienes dos opciones:  o asimilas la cultura por más irracional que parezca, o te pones en plan de “gringo exigente” y te arruinas la misma vida en México.  No es que me sienta gringa para nada, físicamente no lo parezco en lo absoluto, pero cualquier compatriota que vive en el extranjero estará de acuerdo conmigo, y es que cuando sales de tu país y regresas, tienes que adaptarte una y otra vez las veces que regreses a cosas que no vives en tu país de residencia.  A mi personalmente lo que mas se me dificulta aceptar es el “trato preferencial y eso de las influencias y la corrupción”, pero eso es algo que he vivido en Rusia y en otros países de Europa, así que creo que es “trend” bastante común. 

Honestamente, el proceso de adaptación y de reintegración en esta ocasión me ha tomado un par de días.  Mi estomago es el que mas ha sufrido las consecuencias de esto, pero después de unos días todo ha pasado a la normalidad.  El proceso de asimilación inicio casi inmediatamente, bueno, mas bien al siguiente día de mi llegada.  El primer día fue algo caótico, empezando por el vuelo que tomamos por Viva Aerobús de Monterrey a León con miles de opciones que ofrecen para que al final de cuentas compres pasaje de buen trato preferencial.  Luego compras derecho a equipaje, pero no evades una extensa inspección del equipaje y de interrogatorios prolongados como si fueras a viajar en vuelo transnacional al planeta marte.  

Siguiendo con el tema del trato preferencial, en México no se acaba el concepto embotellado de las clases sociales.  Si compras un boleto VIP, eres el primero en abordar y hasta tienes tu propia fila popis y puedes mirar a los demás en las otras filas que no son VIP con cara de fuchi.  Ah, y se me olvidaba eso de la desorganización cuando haces fila, la gente va cortando fila, y como siempre llegan los metidos, y aquellos que reservan su lugar con una persona asignada a la fila para luego saturarla con un grupo de 10 personas una vez que hacen llamado de abordar y asi sucesivamente vas quedando mas atrás y mas atrás.  Después de eso, es una carrera contra el tiempo, todos van corriendo hacia el avión como gallinas descabezadas para obtener el asiento preferido y para reservar unos cuantos mas asientos vacíos para los próximos compañeros que se quedaron atrás en las otras filas que van bajando de categoría.  En fin, ahí empieza el shock cultural, aquello que dejaste de vivir hace mucho tiempo y lo cual te alegra de no vivirlo mas en tu entorno.

Al otro día de mi llegada, desperté en una casa del centro de San Miguel de Allende, Guanajuato.  Me despertaron los zumbidos de unos zancudos como a las 2 de la mañana, que me transportaron a mi niñez y me recordaron los comerciales famosos de aquella bomba yucateca que acababa con los mosquitos.  Luego a las 4 de la mañana, el canto de los gallos me despertó nuevamente, pero logre quedarme dormida por unas pocas horas, porque a las 6 de la mañana se escucharon las campanadas de todas las iglesias cercanas y luego a eso de las 8 de la mañana, paso un megáfono por la calle anunciando que se vendía gas y media hora mas tarde paso la campanita de la basura.  Todo esto me remonto a mi niñez en la casa del pueblo donde crecí en Matehuala, SLP.  Tire la toalla de la dormidera, deje las sábanas a un lado y con todo y ojeras del tamaño de unos platos enormes, decidí empezar el día con optimismo, así que me prepare un café y  empecé a leer el instructivo para gringos que dejaron en la casa que he alquilado, aquel instructivo que sugiere los restaurantes, tiendas y recorridos diseñados para el visitante extranjero y que además sugiere que te pongas unos tapones para los oídos mientras duermes.  Deje de leerlo a mitad del primer párrafo, aliste a mis niños, y nos fuimos directo al mercado de la ciudad.  

Dice un viejo dicho:  “Si quieres conocer a  México, empieza por sus mercados”.   Yo decidí reconectarme nuevamente así y dejar pasar el shock cultural con un jugo de tunas rojas y un atole de guayaba.

Continuará…




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